¿Qué es el ego? Es el espejo de nuestra identidad
El ego es la construcción psicológica que hacemos de nosotros mismos, a través de la relación que establecemos con el mundo exterior, es decir, con los demás, con el entorno en el que vivimos, y con las actividades que realizamos.
A veces se piensa que el ego tiene características negativas, porque la palabra se asocia con otros términos como egoísmo, o egocentrismo, que hacen alusión a un excesivo amor a sí mismo, el primero, y a una exagerada exaltación de la propia personalidad, el segundo. Pero el ego en sí, es una construcción psicológica necesaria, y la clave está en lograr que esa creación esté en armonía con nuestro ser real.
El ego es el “personaje” que hemos creado de nosotros mismos, y que hemos ido elaborando a través de nuestras vivencias desde la gestación hasta nuestra adolescencia y de la interpretación que hacemos de ellas.
Lo ideal es que esa identidad que construimos nos permita conectar con nuestro ser, con nuestro real ser interno, ya que si no es así entraremos en conflicto. Debemos aceptarnos como el ser que somos. El ego es parte importante de la relación que establecemos con el mundo exterior, material y con los demás.
¿Cómo funciona el ego?
Desde el punto de vista psicoanalítico, se considera que el ego ajusta dos instancias psíquicas: el “ello” y el “superyó”, para permitirnos adaptarnos al sistema familiar y social en el que nos encontramos.
El “ello” está formado por las necesidades innatas que sentimos desde el inicio de nuestras vidas, y cuya satisfacción en la mayoría de los casos garantiza nuestra supervivencia. El “superyó” es la conciencia moral, que se desarrolla a partir de los 4 ó 5 años, y que está permanentemente indicándonos qué está bien, qué está mal, quiénes somos, cómo debemos actuar.
Para ajustar esas dos instancias, el “yo” utiliza una serie de “mecanismos de defensa”, a través de los cuales trata de gestionar un equilibrio entre las necesidades y el discurso moral interno, y de ese diálogo surge el personaje que representaremos en nuestra vida.
Entre los mecanismos de defensa podemos mencionar: la represión, que hace que eliminemos o tratemos de reprimir situaciones que nos produzcan dolor; la negación, empleado cuando no somos capaces de aceptar o integrar algún hecho o sentimiento; la proyección, que se da cuando atribuimos sentimientos o deseos a otros por no poder aceptarlos en nosotros mismos; y la intelectualización, proceso en el que analizamos en detalle ciertas situaciones para poner distancia hacia sentimientos o emociones que estas puedan generarnos, y que no nos hagan sufrir.
Así que en este juego, el ego puede convertirse en una parte débil y asustadiza de nosotros mismos que sale a batallar defendiéndose del mundo hostil en el que vivimos, mediante los variados mecanismos de defensa.
Rescatemos nuestro ser
El ser es la manifestación auténtica de lo que somos como personas. El ser auténtico es el reflejo directo de nuestra alma, y manifiesta los valores que son inherentes al ser humano. Podemos observarlo con claridad en los niños en su más temprana infancia, cuando se expresan libremente, sin estar sujetos a ningún tipo de condicionamiento interno ni externo.
En condiciones ideales, el proceso de manifestación de nuestro ser no debería ser interrumpido desde la infancia, pero lamentablemente esto ocurre mediante diversos estímulos, rutinas y acciones a las que nos sometemos a lo largo de nuestras vidas.
Pero siempre estaremos a tiempo de observar y separarnos de nuestro ego, ese “sentido de identidad limitado y ficticio”, de acuerdo a Eckhard Tolle, escritor y guía espiritual alemán (1948) Se trata de que trabajemos procesos de purificación personal interior, que nos permitirán liberarnos poco a poco de nuestro “personaje”, rescatar nuestro ser, y mostrarnos como los seres bondadosos, fraternales y universales que somos.
Movamos nuestro ego
Debemos aprender a relacionarnos con nuestro ego. No se trata de combatirlo y eliminarlo, sino más bien de exponerlo, ya que al hacerlo, lo observamos y podemos separarnos de él. Para entender este concepto y relación, podemos hacer una analogía con la idea que hemos manejado, en torno al tema de la meditación, de que no somos nuestra mente.
Para empezar a desapegarnos de nuestro ego, debemos escucharnos a nosotros mismos y a nuestro cuerpo, renunciando a la necesidad de control, a la necesidad de ser aprobado y a la necesidad de juzgar, que son las cosas que el ego hace de manera permanente.
Una herramienta fantástica para empezar a observar y separarnos de nuestro ego es el yoga. Hay tres maneras de trabajar nuestro ego en la práctica del yoga:
- -Estar consciente de que el ego va a estar presente a través de esa vocecita que nos evalúa y nos dice “qué bien” o “qué mal” lo estamos haciendo. La idea es que logremos desapegarnos de esa voz, y que la escuchemos sin engancharnos.
- -Rendirnos, que no se trata de abandonar, sino de no engancharnos en la voz del ego que nos dice a veces “no puedes”, mantenernos enfocados en la respiración, fluir y soltar.
- -Practicar con cero expectativas, entreguémonos a la práctica, enfocados, dando lo que tenemos, sin estar pendientes del resultado.
En la práctica del yoga, el cambio de una asana a otra nos brinda una oportunidad de trabajar sobre los egos, y nos ayuda a trabajar el desapego cuando pasamos de una posición a otra. El movimiento y las posturas nos ayudan a ser más flexibles, no solo de cuerpo sino de mente. Esta disciplina contribuye a que aprendamos a desapegarnos de un rol específico, y a ser más flexibles y abiertos en todas las instancias de nuestra vida, en otras palabras, nos conduce a trabajar sobre nuestro ego.
Además, la conciencia corporal que desarrollamos con la práctica del yoga, nos ayudará a identificar zonas de tensión en nuestro cuerpo físico, que generalmente están relacionadas con algún aspecto de nuestro ego. Reflexionemos sobre ello y trabajémoslas, relajándolas físicamente, lo que incentivará el desapego y la sensación de bienestar.